23/6/08

¿Somos lo que comemos?

Con el añejamiento propio de la cuarentena, me ha venido una serie de inundaciones extrañas.

Solía ser un carnívoro de asados dominicales, mínimo, acompañados de buenos vinos que en el mejor estilo joven ejecutivo con curso de cata podía distinguir con la más agotadoras de las pituquerías. Acompañaba estos eventos, no se si para coronar las pituquerías, o para aturdir la consciencia ante tanta gula, con un buen puro y no pocos cafés, de grano por supuesto y ojalá expreso.

Un par de años han pasado en que misteriosamente he ido alejándome en forma espontánea y sorprendente para mí mismo, de toda esta serie de refinamientos "vernáculos". Junto con una serie de cambios amplios en mi forma de vivir, me he ido encontrando con un visceral rechazo ante mis habituales gustos y formas de alimentarme.

Con ello, y en conjunción con la aparición de un notable local de delicias orgánicas, he comenzado a disfrutar de las verduras bien soleadas, alimentadas por la tierra, y poco acompañadas de químicos. Mucha legumbre, buen aceite de oliva y hasta una dosis semanal de ese extraño quesillo con sabor a esponja, el tofu.

Dentro de mis correrías por el amplio mundo psi, me encontré viendo un documental de un centro zen, el regente, explica el significado de las extrañas palabras que repiten sentados a la mesa a la hora del almuerzo, en los retiros. Se trata de una serie de frases que recuerdan a quienes van a alimentarse, que lo que comen fue sembrado y trabajado por campesinos, nutrido por la tierra y regado por las lluvias, a la vez que energizado por el sol. Algo me pasó a partir de ese día, mientras como, muchas veces me he visto imaginando al sol radiante, la tierra, el agua, los campesinos, y como esas hojas o granos que mastico, de algún extraño modo concentran todo ese universo, y como de ese misterioso modo, pasan a formar parte de mí elementos universales tan dispersos. Con la carne lo mismo me pasa, no la he dejado aunque me apetece menos, pero comiéndola pienso en la vida del animal, el pasto que comió, el sol que brilló sobre ese pasto, el agua, etc... En este momento se me agregan los procesos industriales, la próxima vez que coma fideos recordaré a las nobles máquinas que los elaboran. Es impresionante pensar en imágenes de este modo, de pronto me veo como una especie de concentrado universal, todo en mí. El "todos somos uno" de los budistas cobra un sentido impresionante.

Nunca había tenido sentido alguno para mí la idea de que somos lo que comemos. Pero al dejar de pensar en forma de hechos aislados, todo toma un color diferente, el color de lo integrado.

Pensaba si el extremo rechazo de algunos vegetarianos por los productos animales revela un rechazo por incorporar lo propio de lo animal, pasión impulso que emerge en acto destructivo y creativo, comerse a otros y copular. Por otra parte no es raro tener más comodidad en cenarse el ser de un tomate o una lechuga, lo vegetal, tranquilo, quieto, estado vegetal mismo, pasa tan por debajo de la consciencia, a nadie inquieta vegetar. Animalear en cambio, sea para el lado destructivo o sexual, no deja indiferente a nadie.

Para qué decir lo mineral, a nadie molestará in-corporar sales, aún no he visto vegetarianos aminerálicos. Me causa gracia, pero sí he visto vegetarianos verduleros extreme hardcore, fui testigo en una ocasión de cómo uno de estos seres rechazaba una exquisita hoja de beterraga por su inervación rojo intenso "no como nada rojo" ¿pensaría en sangre animal?, capaz que la betarraga es un animal de tierra y aún no me enteré.

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