25/5/20

Meditación

La meditación me llegó espontáneamente hace más de dos décadas, desperté en medio de una noche de verano, con una convicción, un imperativo categórico, sentarme y contemplar. Adiviné que eso se llamaba meditar, nunca más dejé de practicarlo con pasión y regularidad. Contrastando experiencias e impresiones me di un largo paseo por textos, sangas, sectas, prácticas, países y pueblos, hice grandes amigos. Me quedé con la radical pulcritud del zen, y con la amistad de Daniel Terragno en ese universo. Volví a mi hogar, volví a mí. A veces la presencia me acompaña fuera del zafu. He desarrollado la intensa convicción de que la meditación logra volver al origen el plan original del organismo, en la medida en que lo libera de la colonización mental, al menos a ratos, permitiendo que la existencia, la vida que vive en cada uno mientras estamos vivos, retome su curso y flujo. La mente toma posesión del organismo, y al ser alimentada por todo tipo de creencias dualistas propias de su estructura de funcionamiento, tiene efectos tóxicos en el organismo. Estamos llenos de convicciones desde el miedo, a lo que comemos, al modo en que nos comportamos y relacionamos, y naturalmente, enfermamos. La meditación libera, abre a la confianza de ser y de lo que ES. Meditar, sin embargo no es un asunto de sectas, maestros, cojines, colores o formas. Meditar es un estado sutil de presencia del cual lo anterior son meros facilitadores. Es como creer que el psicoanálisis está en el uso de un diván, o que la ecuanimidad, la compasión y el respeto, en la práctica de la misa domimical y la comunión.

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