Matías Fernández Depetris
Psicoterapeuta sin club discípulo de Groucho Marx
(Fundador y miembro único de Psicoterapia Sinclubista Marxista)
5/9/17
¿Colegio? o ¿Educación para mis hijas?
Cuando en una nota hablé de pretenciosa institución educativa de raigambre europea, saltaron varios, rápidamente tres o cuatro colegios cayeron en la descripción y me escribieron cosas variadas.
Me interesó que varios, identificándome como compañero en Saint George’s, Alianza Francesa o La Girouette, me interpelaran por no haber puesto a mis hijas en alguno de ellos. El hecho de haber sido educado en ese circuito de colegios de clase alta -que va para casta- en Chile, parece que me obliga a permanecer dentro del circuito y poner a mis hijos en el mismo sistema educativo. A diario hemos visto a cercanos ceñidos a las formas, desgarrarse por lograrlo, declarando creencias que no sostienen o sosteniendo matrimonios que ya no son una comunión.
Por haber conocido como niño esos colegios de excelencia, por la saludable y oportuna presencia de la madre de mis hijas que viene de otro país, desde donde miran nuestro clasismo con sorpresa y espanto, es por eso que no ingresé con mis hijas al sistema educativo privado “de excelencia”.
Conocí desde dentro esa educación, y es la educación de excelencia que combinando la visión cientificista y exitista del mundo con el sistema de castas chileno, nos hace exitosos en el mundo de los negocios, el compadrazgo, la lealtad de clase, la información privilegiada, el acceso al poder por simplemente ser reconocido como miembro de la clase. Es el mundo de la ciencia positivista que desarticula todo para entenderlo, no entendiendo nada más que partes, no comprendiendo el todo que es el hueso mismo de la crisis humana actual.
Esa educación viene de imperios que se erigen destruyendo, esquilmando y parasitando continentes, culturas y razas. Hasta el día de hoy. Sin el hambre de gran parte del tercer mundo, sin sus pestes y horrores, esos imperios no serían lo que han sido y son aún,.... aún.
Para los cinéfilos “Biutiful”, “Dirty Pretty Things”, “El Jardinero Fiel” y “Gomorra” son una señal clara de lo que hablo. Ese sistema escolar está instalado en ese mismo paradigma, y así forma a sus estudiantes.
Claramente al poner a nuestros hijos en ese camino serán formados en el rigor, el individualismo, el éxito personal y se los proveerá de herramientas para lograrlo, a presión y a cualquier costo. ¿De qué hablo? Indaguen el porcentaje de alumnos con diagnóstico psiquiátrico y medicación, algo les dirá. El impulso es empujarlos a dar más y más, en plena desconección con sus necesidades y límites, estamos usando la medicina psiquiátrica como anestesia para adaptar. Es como si solucionáramos una fractura de tibia con anestesia. El dolor es una señal, sana, de que algo requiere atención. Lo mismo la depresión, la angustia, el lumbago, las dermatitis y un sinnúmero de otras manifestaciones. La medicina que adormece la señal no es medicina. Son muchachos educados para el éxito competitivo, que me lleva a celebrar cuando supero o aplasto a otro, mi éxito sólo es en la medida del fracaso de otro.
Claramente ahí hay una clave. Los que podemos pagar esa educación (doble del sueldo mínimo establecido al mes, por niño), somos parte de la misma maquinaria y hemos terminado posicionados arriba, y nos sentimos muchas veces logrados y orgullosos, sin considerar la epidemia sin precedentes de diagnósticos psiquiátricos, trastornos tiroídeos, infartos, adicciones socialmente aceptadas... Sin considerar lo que a pesar de que evitamos verlo cada día, nos duele y nos daña la diferencia abismal con el muchacho que nos limpia la ventana del auto, o cuando tenemos la valentía de subirnos al metro o bajar de los altos de la ciudad, tomando contacto con el país real, la cotidiana vida de quienes viven un mes con lo que nos gastamos fácilmente en un par de días de playa o varias veces en una arrancada a un hotel boutique en algún mentiroso paraíso para privilegiados como nosotros. Sin considerar el terror diario con el que vivimos a que nos asalten y roben de una y mil formas. Eso, es criterio de realidad solamente, ¿o hay algo de conciencia culpable? Me temo que sí, tememos que nos devuelvan de un golpe la violencia social que ejercemos día a día en el mal pago y la poca ética con que tratamos a los menos favorecidos, y finalmente en ello, a nosotros mismos, viviendo cada vez más escondidos y temerosos en un mundo mínimo.
Dentro de cada “exitoso” en éste sistema vive la vergüenza y el dolor por lo que vivimos socialmente. Y tiene consecuencias el negarlo o evitarlo.
Yo no quiero ese éxito para mis descendientes ni para nadie que aprecie. No lo quiero para mí y aún soy parte.
Es por eso, que inicialmente aterrado, alentado por esa mujer que me dio dos hijas, iniciamos la aventura de construir algo que nos hiciera mas sentido. Haciendo que las conversaciones con sentido y profundas con amigos y cercanos en torno a lo que estamos viviendo, salieran de la sobremesa del asado o la filosofía de salón con un vaso de buen vino en la mano. Quisimos ir al cambio.
Nos encontramos con la pedagogía Waldorf, junto a otras familias luego de una aventura previa en un colegio que cerró, armamos un colegio hoy consolidado. Más allá de lo que el mundo Waldorf y la Antroposofía de Steiner represente para cada uno (para mí es una metafísica ficcional inabordable dadas mis limitaciones actuales), se sostienen prácticas de puro sentido común, desde el conocimiento detallado y profundo de qué es un niño en cada etapa. Un mundo de distancia con la educación “de excelencia” que nos compramos con facilidad. Acá se aprecia y se mira a los alumnos. Habría mucho que decir, pero en su núcleo, es una pedagogía que respetando y confiando en lo natural que vive en cada ser, busca el encuentro del niño consigo mismo, con su singularidad y la estrella que brilla en él. La singularidad es el paso mas allá de la individualidad tan buscada por los sistemas educativos materialistas, centrados en logros y resultados mas que en la fuerza del camino. Son niños que se sienten hermanos de los otros habitantes del planeta y así lo expresan en cada acción.
Por eso, ahora que mi segunda hija entra a la media, tuvimos y tomamos la oportunidad de embarcarnos en armar un nuevo colegio. Con todo lo dicho, debo agregar, que haber ocupado dos veranos de mi vida en obras de instalación eléctrica, coordinando remodelaciones en un equipo de padres trabajando mano a mano en los locales que han sido la escuela de nuestros hijos, no tiene valor. No lo tiene. Me preparo para iniciar esa misma aventura.
Lo haría una y mil veces. Y por si a alguien le inquieta, mis hijas son alumnas de excelencia, una de ellas en la pedagogía tradicional privada. Inquietas, con proyecto propio, como muestra la otra pequeña grabó un disco y escribió un libro que autoedita, sin darle mayor importancia, sigue en su viaje... me ha enseñado cómo el valor está en el despliegue, la creación, sentirse viva, no en el resultado. Están vivas.
Tienen algo de ese mundo que nace en la eterna remodelación de lo humano, mientras también, es cierto, lo otro se pudre, en un vital ciclo de muerte, descomposición y nueva vida.
La búsqueda del supuesto éxito y la seguridad, “asegurarles un ingreso decente” está haciendo de nuestros hijos seres mutilados. El suicidado Nico, no se dejó mutilar, se apropió de lo único que pudo, su muerte.
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