Hace unos días leí que en una ciudad al parecer alemana, estaban en un programa de retiro de semáforos. Se decía en la nota que se esperaba que esto hiciera a los conductores desarrollar una conducción más basada en la interación de miradas y gestos.
Lo encontré notable. Hace años ya me había llamado la atención en Buenos Aires, que visitaba regularmente, como en algunas otras grandes ciudades, que siendo muy extensas, con alta cantidad de vehículos, había pocos semáforos. En Argentina es además notable que cuando uno maneja un auto, todo es más caótico, en las autopistas nadie se mantiene en su pista, se da una danza, parece un río que fluye, la gente entra al torrente y se entrega, los autos van más próximos, se acercan más, y nadie se espanta.
Por contraste, la experiencia de conducir en Santiago de Chile es diferente. La gente es más regluda, se mueve menos de su pista y si alguien lo hace o se les acerca demasiado entran en pánico de bocina, de la que se cuelgan impúdicamente.
Siguiendo el estilo regludo, estamos llenos de semáforos, cada vez hay más y más próximos unos de otros. Es impresionante que la gente necesite una lucecita de color en lugar de mirarse con los otros conductores para poder fluir por las calles.
Me hizo pensar esto, en lo humanamente desconectados que somos los Santiaguinos, lo maquinales, lo cuadrados. Encerrados en nuestra autoburbuja provista generalmente de música que consolida el aislamiento, de un buen celular infaltable, nos movemos por la ciudad encerrados en nosotros mismos, siguiendo las claves computacionales de los semáforos más que cualquier señal del ser humano que está prójimo a nosotros.
Matías Fernández Depetris
Psicoterapeuta sin club discípulo de Groucho Marx
(Fundador y miembro único de Psicoterapia Sinclubista Marxista)
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